“¡Lucharán de dos a tres caídas y sin límite de tiempo!” es la llamada que nos anuncia que lo bueno está por comenzar. La lucha libre es la versión de la lucha estilo libre o lucha olímpica, que se caracteriza por su estilo de llaves a ras de lona y acrobacias aéreas.
La lucha libre en México va más allá de ser un mero espectáculo. Es un evento familiar tradicional que se vive con pasión y alegría.
Esta es la increíble historia de la lucha libre mexicana, uno de los fenómenos culturales más exitosos en nuestro país.
La lucha ya era practicada por los pueblos mesoamericanos, que valoraban el ejercicio físico, los juegos de fuerza y equilibrio y los ejercicios de destreza física y mental. Los guerreros se ejercitaban como verdaderos atletas y los enfrentamientos eran principalmente cuerpo a cuerpo, en los cuales la destreza y la rapidez eran fundamentales. Los arqueólogos lo han confirmado con las esculturas que representan a los guerreros olmecas. Se conoce como sacrificio gladiatorio a un tipo de lucha desigual, ya que el cautivo estaba amarrado con una espada para defenderse (de madera, sin navajas de obsidiana). El cautivo peleaba contra cinco guerreros y si los vencía, salvaba su vida.
Las primeras funciones de lucha libre llegaron a México a mediados del siglo XIX, en los tiempos de la intervención francesa. En aquel entonces era una exhibición extranjera pero, cuando un hombre llamado Enrique Ugartechea se dio a conocer como el primer luchador hecho en México -a principios del siglo XX-, nació un nuevo furor por la disciplina.
Extranjeros como Giovanni Relesevitch, Antonio Fournier y Constant Le Marin organizaban espectáculos en los años 20, presentando a luchadores legendarios como Conde Koma, León Navarro y Kawamula. Fueron estas peleas las que inspiraron a Salvador Lutteroth a dar el siguiente paso.
Un ex teniente durante la Revolución, Lutteroth sentía una profunda fascinación por la lucha libre. En 1933, mientras Adolf Hitler tomaba el poder en Alemania, Lutteroth fundaba la Empresa Mexicana de Lucha Libre, hoy conocida como el Consejo Mundial de Lucha Libre. Por eso es que se le conoce como “el padre de la lucha libre mexicana”.
El primer cartel incluía a Ciclón Mackey, un famoso luchador irlandés. También estaban Bobby Sampson y Yaqui Joe, anunciado como “el único luchador mexicano campeón del mundo”. La entrada costaba un peso.
La Arena México original tenía capacidad para poco más de 4 mil asistentes. Dado el éxito rotundo de las peleas, Lutteroth tuvo la visión de ampliarla y remodelarla. El 27 de abril de 1956 abrió sus puertas la nueva arena, con capacidad para 17 mil personas.
Otras sedes que solo recordarán los muy veteranos eran la Arena Coliseo y el Embudo de Perú 77, escenarios de batallas históricas. Aquellos fueron los años de formación de la lucha libre mexicana. Cada vez surgían más luchadores, cada uno creaba un personaje único para que la gente lo identificara.
Las máscaras para ocultar la identidad de los luchadores se volvieron populares. Surgió la costumbre de apostar la máscara:
Si un luchador perdía, tenía que quitársela y no podía volver a usarla jamás
México hizo suya la lucha libre
Los coloridos personajes estaban basados en elementos culturales –el Santo, el más exitoso de los luchadores, era un personaje inspirado en las populares figuras religiosas. Alushe, el fiel compañero de Tinieblas, es un alux (duende maya).
Como los luchadores mexicanos eran de menor tamaño y estatura que los extranjeros, se desarrolló un estilo único de pelea: las llaves a ras de piso, el uso de las cuerdas para impulsarse y espectaculares maniobras aéreas. Muchos de los trucos nacidos en México, como los saltos fuera del ring, han sido adoptados en otros rincones del planeta.
La eterna batalla entre el bien y el mal tomó forma con el surgimiento de los dos bandos históricos: los rudos y los técnicos. Los primeros representan la trampa, la transgresión de las reglas, el ganar sin importar los medios. Los segundos representan el respeto a las reglas, el juego limpio, el honor. El elemento teatral de la lucha libre es cortesía de México.
En los sesenta, la lucha libre mexicana vivió su época de oro. Convertidos en verdaderos ídolos del pueblo, los luchadores aparecían en la forma de espectaculares en la calle, anuncios de televisión, figuras de acción y, desde luego, decenas de películas. En el caso del Santo, las cintas llegaron a ganar premios y fueron reconocidas en el extranjero por su elemento kitsch.
En las décadas siguientes, la popularidad de la lucha libre decayó lentamente. En los años noventa, la industria alrededor de ella no era ni la sombra de lo que había sido, pero la Arena México seguía abierta y el negocio marchaba -ahora con la incorporación de la AAA (Triple A), una nueva liga que revitalizó la escena.
Con el inicio del nuevo siglo llegaron nuevos retos. Para incrementar la asistencia, el CMLL y la AAA han tenido que establecer alianzas con empresas extranjeras como la estadounidense TNA y la japonesa NJPW, entre otras. Esto ha traído a luchadores de otros países a la Arena México y, a su vez, le ha dado la oportunidad a los mexicanos de competir por títulos internacionales.
La lucha libre sigue y seguramente seguirá muchos años más
Ha logrado encontrar nuevos nichos en la audiencia -como los jóvenes de clase media, que la ven como una alternativa a los bares en donde suelen reunirse para comenzar una noche de fiesta.
Aunque posiblemente no vuelva a tener una época dorada, los nombres y proezas del Rayo de Jalisco, Blue Demon, el Perro Aguayo, Rey Misterio, Octagón, La Parka, Místico, Mil Máscaras y todas las leyendas que han desfilado por la Arena México vivirán para siempre en la historia de la lucha libre mexicana.
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