No dudamos que todas las mamás del mundo sean especiales y el tesoro más grande que tenemos, pero madres como las mexicanas…¡No hay dos!
Si creciste con una madre mexicana, sabes de lo que hablo y seguro te identificas con una o más de estas actitudes.
Aprendiste que “no se dice qué, se dice mande”.
Probablemente una de las frases más repetidas por generaciones de madres mexicanas. Bien puede decirse en tono sutil, exigente o ser seguida de un coscorrón. Es responsable de una de las muletillas más arraigadas en nuestra cultura.
Sabes que tu buena conducta está siendo evaluada… por seres sobrenaturales.
Los Reyes Magos, Santa Claus, el ratón de los dientes y demás entes paranormales siempre están observándote, SIEMPRE. No importa si falta medio año para las fiestas de Navidad o si ya terminaste de mudar dientes. Y sí eso no fuera suficiente, siempre tenemos al Coco que, aunque nadie tiene muy claro qué o quién es, desquita su ira contra los niños que no se quieren ir a dormir.
Aprendiste lo importante que es terminarse la sopa.
Porque si no te terminas la sopa: no te levantas de la mesa, no hay postre, no sales a jugar, no hay tele, no vas a casa de tus primos, no hay regalo de cumpleaños y, para acabarla de amolar, no vienen los Reyes Magos. A esa tortura súmenle el recordatorio constante de los miles de niños que se están muriendo de hambre alrededor del mundo y que darían lo que fuera por tener tu sopa.
Desarrollaste un miedo irracional al señor de la basura.
Por lo menos una vez tu mamá te ofreció como regalo al señor de la basura, o al señor del gas o a cualquier inocente prestador de servicios con la fabulosa frase “¿Verdad que usted se lleva a los niños que se portan mal?”, con el consecuente regocijo de dicho personaje que siempre responde afirmativamente. ¿Cuántas ofrendas de niños malcriados no recibirá el señor de la basura en su tránsito diario por la ciudad?
Aprendiste a definir tu casa por todo lo que no es.
Porque no es hotel, no es bar, no es restaurante (y te comes lo que hay) y no es un centro social. Después de todo “no te mandas solo”, “a esta casa me la respetas” y “ya harás lo que se te pegue la gana cuando tengas tu propia casa”… “y ya no quiero tener a tus amigos aquí todo el santo día ¿qué no los quieren en su casa?”
Aprendiste a curar miles de malestares con pocos recursos.
No hay mal que no sucumba ante el poder del té de manzanilla, el té de bugambilia, la sal de uvas, el bicarbonato, el árnica, el mezcal, el VapoRub, un hilito rojo o la combinación de dos, tres, o todos estos elementos. Si todo falla, siempre está el “cajón de las medicinas”.
Aprendiste quebrados antes de tus clases de matemáticas en la escuela.
A todos nos ha tocado recibir una letanía que involucra los famosos “ocho cuartos”, cuyo verdadero significado y relevancia matemática parece ser dominio exclusivo de las jefas. Los ocho cuartos sirven para contrastar todo lo que, para tu mamá, son artes obscuras e indignas del espíritu humano. “Qué fiesta ni que ocho cuartos”, “qué novia ni que ocho cuartos”, “qué nintendo ni que ocho cuartos” y así.
Alguna vez te mandaron por una ramita de tenme acá.
No sé si las mamás modernas sigan aplicando esta finísima frase, pero a mí si me mandaron en muchas ocasiones por la dichosa ramita (siempre en resguardo de abuelos, tíos o algún otro familiar). El objetivo es deshacerse del chamaco por un rato sin que este se de cuenta que su ausencia es requerida. La operación resulta exitosa mientras el niño no repare en que nunca nadie le da la ramita.
Sabes remedios para enfermedades que no entiendes.
Sabes que el mal de ojo se evita con una prenda roja o con un ojo de venado, el espanto se cura con una limpia y es muy posible que alguna de tus abuelas te haya curado de empacho jalándote endemoniadamente la piel de la espalda. Que qué es el mal de ojo… eso sí que es un misterio.
Sabes darle la vuelta a la tortilla.
Voltear tortillas en un comal no es tarea fácil; implica destreza, valor, rapidez y determinación. Si muchos mexicanos lo hacen ver como si fuera cualquier cosa es porque, pese a las quemadas y reticencias, fueron bien entrenados.
Aprendiste a valorar todos los sacrificios e historias que tu mamá hizo por ti para hacerte una persona de bien y de provecho.
Después de todo… “¿Quién te va a querer como te quiere tu madre?”
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